lunes, 18 de octubre de 2010

Jessica la zombie

Estos recuerdos los dejo para las próximas generaciones, para que entiendan por qué su mundo es como es. Lamento mucho morir de este modo, pero ahora ya es demasiado tarde... Aunque admito que este último año ha sido magnifico para mí. Y todo gracias a ella: Jessica; te amo a muerte y más allá.

Resumiendo al máximo la historia, para que lo entendáis fácilmente; el mundo a principios del siglo XXI era normal. Vivíamos en pleno boom informático y en la televisión empezaba a ser dominada por una rubia cateta que mataba por su hija. La mayoría de gente joven recibía entrenamiento mediante los videojuegos y apenas salíamos de casa excepto para emborracharnos o hacer tratos con el camello. Pero una tarde, todo empezó a cambiar. Dicen las malas lenguas que cierta compañía llamada Umbrella estableció múltiples restaurantes globalmente bajo el nombre de “Wok”. Los regentaban clones humanoides con capacidades de trabajo infinitas. Un cultivo salió de un laboratorio e infecto los múltiples alimentos y de repente la mayoría de gente se empezaba a comportar de una manera un tanto peculiar.

Recuerdo aquella tarde como si fuera ayer. Mis colegas y yo estábamos fumándola y bebiendo anticongelante embotellado y etiquetado como Vodka Vertical. Era barato y nuestro amigo paquistaní nos hacía descuento... pero no es el tema que nos concierne. Después de una fumada de las guapas y de liquidar media docena de botellas empezamos a ver cómo la gente saltaba enormes alturas, tenían capacidades de levitación, fuerza titánica o velocidad enorme. Nosotros comenzamos a reírnos pensando de la marihuana era de la buena y empezamos a ver múltiples luces de sirenas, fuegos, gente luchando por aquí y por allá... pero como mi barrio siempre ha sido conflictivo, no le di demasiada importancia. Pero para mi sorpresa al día siguiente me desperté con una apocalíptica resaca y cuando pensaba que estaba hecho una mierda, por el televisor vi que el “morao” de los demás era peor que el mío.

El caso es que sorprendido por el estado general de la gente yo salí a la calle decidido de investigar donde estaba el festival musical que me estaba perdiendo. Mis vecinas se abalanzaban sobre mí y yo entre escalofríos corría hasta el coche. Pero suerte la mía, que fui a atropellar a un yonki. Cuando salí a socorrerlo casi me muerde. ¡Era un zombi! Durante el resto de días me divertí sembrando el caos entre ellos con armas de caza, objetos contundentes, arcos y demás armas o artículos afilados. Alguno de mis colegas, mis ex profesores, desconocidos, en una residencia, en los barrios bajos apaleando lo que iban con pantalones cagaos escuchando reggaetón, en el parlamento... era divertido, pero al final decidí huir de la metrópolis cansado de matar tanto zombi. Y una vez instalado en una granja a las afueras, me dedicaba al cultivo y la granja mientras utilizaba los cobertizos como atalayas. Pero 3 meses después, todo cambio.

Entre una docena de nuevos allegados hambrientos de mis curvas estaba ella. Indefensa. Ese pelo cobrizo, esa sonrisa dentada, ese cuerpo tan bien definido quitado de un pequeño mordisquito de nada en el antebrazo. Y que estilo... con aquel escote enseñado esa piel tan pálida y amoratada, con la minifalda de flecos y esas medias de rejilla rotas custodiadas por unas botas altas. Quizás para mi gusto le sobraban las manchas de sangre pero nada se resistía a una ducha. Sin embargo lo que me enamoro fue su mirada; perdida, con los ojos claros, clarísimos... como si estuvieran vueltos con alguna venita hinchada. Así que acribille a sus compañeros y baje acercándome a ella. Ella me vio y corría a mis brazos, efusiva. Esquivando algún que otro mordisco la abrace y ella intentaba morderme la oreja, parece que venía con ganas de jugar conmigo. Finalmente la amordace un poco y le hice la manicura porque siempre intentaba arañarme, pero bueno cualquier otro diría que parecía una prostituta pero yo no, yo veía a mi amor de la vida.

Con el tiempo se acostumbró al agua y al peine. Cocinar para ella era relativamente fácil pues comía toda la carne que pudieras pero cruda. Trabajo me costó que al menos comiera con tenedor. Por las noches me acorrucaba y abrazaba su cuerpo frio como el hielo; durmiéndome mientras acariciaba su melena. Por las mañanas me ayudaba con el campo mientras deambulaba con una azada, siguiendo ella a las gallinas que andaban sueltas toda mona. Y las tardes veíamos una película mientras ella me metía mano insistentemente y nunca acaba de ver la película porque acaba besándole su carita, cuello y escote, al mismo tiempo que ella me acariciaba la espalda con fuerza metiendo sus deditos entre las costillas apasionadamente. Pero todo quedaba en eso. Me daba vergüenza pedirle algo más. Aun que he de admitir que el día que más le gustaba a ella era el domingo. Solíamos salir con el coche en busca de algún superviviente para que yo lo sedase un poco y luego le quitaba la mordaza para que ella disfrutara de un buen manjar. Luego se quedaba mansa y tranquila durante días. Me encantaba verla satisfecha y cuando llegábamos a casa nos bañamos para después ir a dormir.

Sus gruñidos me sonaban a palabras de amor, cada vez era más mansa y tierna. Yo me pasaba las horas mirándola. Me gane su confianza e intentaba cada vez menos morderme. Así que tome una dura decisión y empecé a probar a limpiarle los dientes porque su aliento era algo peculiar. Las semanas pasaban y ella poco a poco aprendía a peinarse con un estilo muy personal. Se vestía aunque luego me tocase retocarla. A ratos le quitaba el bozal y le empecé a besar sus morados labios, lástima que cuando le daba el punto intentaba morderme y tenía que volver a amordazarla. Se hizo una mujer muy fiel a mí, apegada, atenta... echaba de menos largas conversaciones y el hecho de no estar siempre pendiente de ella; pero respondía cuando la llamaba por su nombre. Jessica.

Pasaron 9 meses desde la infección global y apenas veías “zombis” por la zona. Empecé a odiar esa palabra porque para mí eran personas, algo agresivas, pero personas al fin y al cabo. Así que como llevaba ya medio año de relación, decidí volver a la ciudad en busca de supervivientes. Puede que con suerte mis padres siguieran con vida. Así que tomamos el coche y fuimos de viaje. Cuando llegue al barrio donde nací todo estaba lleno de balas y barricadas. Casas destrozadas y montañas de ceniza, supongo que por la quema de cuerpos infectados. Baje del coche y note como mi chica estaba hambrienta; así que primero nos dirigimos a casa de un antiguo compañero de clase que siempre me vacilaba. Por suerte seguía con vida y me dio paso a su casa. Tome un suvenir consistente y golpe su nuca. Mire a Jessica y le dije con palabras cariñosas “Desnúdate, te lo comes y luego te das una ducha. No quiero que mis padres se lleven una imagen equivocada de ti”. Ella comprendió mi mensaje y me fui a dar una vuelta por las calles donde me crie. Mientras me fumaba un cigarro en la puerta escuche un par de gritos pero nada grave, por lo visto no le di demasiado fuerte... pero sinceramente odio mostrarme violento delante de mi novia. Me encogí de hombros y proseguí con mi peculiar excursión hasta que pase realmente miedo. A lo lejos venia mi ex con unas gafas enormes de sol y un aspecto decrepito. Rápidamente cargue mi arma y apunte a su cabeza pero ella pidió piedad. En ese momento comprendí dos cosas. La primera era que las apariencias engañan y la segunda que mi ex sin arreglar da verdadero pánico.

Una vez recogí a mi niña, fui flechado a mi casa. Antes de entrar le limpie un poco las mejillas de algo de sangre y entre en casa con total naturalidad. Escuchaba ruido y fui a mi habitación a dejar mis cosas. La puerta estaba cerrada con llave como solía dejarla, genial. Abrí pero antes de encender la luz algo me mordió el bazo con fuerza. Vi mi vida pasar por delante, diapositiva a diapositiva. Encendí la luz para no fallar el disparo y era mi abuela. Asustado y alterado me libre de su mandíbula pero no tenía nada, no llevaba la dentadura postiza; menos mal. Así que fui a limpiarme las babas del brazo. Al salir del lavabo me alegro ver como mi chica congeniaba con la abuela, así que decidí buscar a mis padres.

Sorpresa la mía cuando empezamos a hablar de lo ocurrido. En mis pensamientos intentaba recordar si había pegado una tiro o no a mi abuela el día de la cacería en la residencia, pero resulto que ese día se la llevaron a comer fuera y fue allí donde se infectó. Al no tener dientes, no era una amenaza así que decidieron dejarla en casa con ellos. Posteriormente les presente a Jessica y los gritos de horror de mi madre fueron transformándose en risas al ver que no era agresiva, no si no se lo decía yo. Les intente hacerles una demostración pero ellos rechazaron la propuesta a pesar de que a mí me pareciera divertido. Finalmente nos invitaron a comer y ella se comportó como una dama. Le cortaría los bistecs crudos con una tijera y ella comería con su tenedor como le he enseñado. Así que empezamos a hablar de la situación en el vermut y ellos me ofrecieron cobijo, pero yo lo rechace rotundamente. Ya tenía mi hogar y quería formar familia allí aunque la idea a mi madre no le parecía agradarle del todo. Finalmente nos sentamos en la mesa.

La comida fue emotiva; le explique a mis padres como la conocí, lo mucho que nos queremos y lo bien que se porta. Un día estupendo en familia, quitando algo que me marco. Durante la sobremesa mi padre me hizo una pregunta muy peculiar. “¿Lo habéis hecho?” y yo me quede pensativo. De vuelta a casa la miraba y la cogí de la mano mientras le clavaba mis ojos en su cara. Ella se giró y con su mirada peculiar creo que estaba esperando algo, pero yo no pude hacerle la pregunta que me rondaba durante días por la cabeza. Proseguí con mi vida con ella, masturbándome de vez en cuando, hasta que un domingo durante el baño pasó algo especial.

Estábamos los dos metidos en la bañera y yo limpiaba con ternura su cuerpo con la esponja mientras ella chapoteaba con las manos. Cada vez la veía más cuerda y tranquila. Era como una niña pequeña. Yo me levante de la bañera un poco para tomar el bote de champú y ella inexplicablemente toco mi pene con curiosidad y este correspondió su gesto con una leve erección. Ella parecía divertirle esa reacción, pues no paraba de masajearlo, acariciarlo y balancearlo de lado a lado. Sus gruñidos sonaban a risas cuando la piel cubría el glande y después volvía a aparecer. Y yo, cada vez más excitado, me puse a su lado. Como la bañera era grande no tenía problemas de espacio así que me apegue al máximo a su cuerpo y empecé a besarle el torso con dulzura. Mis labios rodeaban sus pechos erectos y saboreaba su piel mientras mi lengua danzaba, los abrazaba y jugueteaba con sus pezones. Ella me masturbaba con fuerza a la par que yo aumentaba mis caricias en sus senos y mi boquita degustaba cada centímetro de su torso. Su respiración cambio y empezó a masturbarme con una perseverancia atronadora y eyacule sin apenas poder poner freno. Ella quedo impactada por ese hecho y nos fuimos a la cama. Pero no pasó nada más. Durante los baños posteriores, el juego se repetía; yo disfrutaba de su cuerpo y ella de mi pene. Hasta que un día le acaricie su sexo y ella dio un largo gemido, escapando de la bañera rápidamente. Durante días estuvo algo distante respecto a lo que el sexo se refería, pero yo observaba por la mirilla que ella se encerraba y se tocaba felizmente. Y pasaron un par de meses más en los cuales jugábamos de vez en cuando en la bañera y ella se dejaba tocar cada vez más. Creo que llegábamos juntos al orgasmo y seguimos así hasta nuestra cena especial en honor a que había pasado otro mes de relación. Ya llevamos 10.

Esas cenas eran especiales para los dos. Yo solía prepararlas con varios días de antelación. Empezaba buscando un regalo, robando un buen traje y meditaba sobre que menú iba a servir. Normalmente era cualquier rustido para mí y algún granjero soltero para ella. Pero quería algo diferente, era muy importante para mí esa noche. Conocía bien a Jessica y tenía intención de complacerla al máximo. Así que durante la mañana la deje en casa y fui a la ciudad. Sé que ella adoraba la carne fibrosa sin grasas, así que me dirigí a un gimnasio. Espere un par de horas seleccionando lo más adecuado hasta que apareció un chico joven bien musculado. Le invite a tomar un buen vino y el acepto. Hablamos durante un par de horas de él, si estaba sano, si tomaba pastillas para muscularse... necesitaba al detalle todos los datos que pudiera. Nos hicimos amigos rápidamente y lo invite a cenar a casa. Le comente que mi chica estaría encantada de verlo. Pasamos la tarde charlando mientras le daba de beber un selecto brandy, pues dicen que da un sabor exquisito a la carne. Y cuando estaba suficientemente borracho se quedó algo dormido. Rápidamente llame a Jessica que se cambiaba de ropa y serví la cena. Hoy no me importaba que se manchase pues tenía algo muy importante que hacer, era el día elegido.

Nos sentamos en la fornida mesa de roble y en mi lado reinaba el rustido de cordero, el vino y la mantelería de lujo; por contra, en el suyo únicamente estaba aquel muchacho de mi edad desnudo adormilado. Esa noche ella comió con las manos y empezó a jugar con la comida. Yo me reía a carcajadas porque me salpicaba por culpa de sus ansias. Creo que acerté a la hora de seleccionar el manjar. Y comimos hasta quedar satisfechos. Luego ella me ayudo a recoger la mesa y al llevar los restos de su cena al montón de paja y hierba seca, ella puso cara triste. Así que decidí llevarlo al cobertizo y descuartizar sus restos para meterlos en tuppers e írselos sirviendo en raciones calentadas en el microondas; porque si la dejaba picar entre horas, con su gula, luego se sentiría mal al coger algo de peso. Y una vez hecho esto, llego el momento. Ella estaba feliz y tranquila sin bozal, siguiéndome como de costumbre. Creo que empezaba a decir mi nombre, Javier, entre sus gruñidos. La cogí de la mano mientras me arrodillaba. Tome aire y le dije “Jessica, amor mío. Estos diez meses han sido fabulosos. Recuerdo cuando te vi por primera vez con esa elegancia, recuerdo cuando te beso los labios con ese sabor tan amargo. Te amo en todos los sentidos y cada día más. Yo antes era una persona violenta sin escrúpulos; mírame ahora, sería incapaz de matar una mosca. Has sacado el lado más tierno de mí. Deseo tu cuerpo y tu alma hasta el fin de nuestros días. Quiero que seas algo más que mi novia, quiero... ¿Quieres casarte conmigo?”. Rápidamente saque un anillo del bolsillo y se lo puse en sus manos. Yo le enseñe el mío puesto en mi anular mientras que ella reacciono de una manera natural y dulce. Tomo el anillo y se lo acerco a su dedo lo deslizo suavemente por su dedo, pero con un rápido movimiento se llevó a la boca para tragárselo. Yo la observaba con una orgullosa sonrisa. Me había dicho a su modo que si, o eso creía. Total, que empecé a hacer llamadas. La boda seria en 15 días.

Bueno, que decir de las llamadas... apenas pude convencer una docena de personas. Mis padres y la abuela, algún tío que quedaba vivo, unos colegas, alguna amiga de la infancia y un par de granjeros de la zona que seguían con vida porque no me parecían apetitosos. De su familia, poco pude averiguar. Bien recuerdo levemente que en alguna cartera de sus acompañantes del día que nos conocimos, ella salía en una foto familiar. Así que de un modo u otro seguramente los acribille. ¡Ostias! Y como olvidarme de Oliver, mi mejor amigo. Que maquina este hombre... tenía tanto alcohol y drogas en la sangre que a pesar de haber sido mordido varias veces conservaba su personalidad original; un gulas tartamudo algo gilipollas.

Siguiendo con los preparativos me empecé a centrar en la ceremonia. Maestro de ceremonias, vestuario y catering. Dudaba si hacerlo por la iglesia o por lo civil. Al no tener documentación opte por la iglesia; además a mi madre le haría gracia, ya que cuando la invite a la boda se desmayó. Visite unas 5 iglesias y no saque nada en claro. Mi idea era bautizarla y hacer una comunión exprés unos días antes de la boda. Pero todo mi gozo acabo en un pozo. 4 de los curas me querían excomulgar y hacerme un exorcismo, y además, más que una boda me recomendaban una extremaunción para ella. Incluso uno de ellos me hablo de que debería ser quemado como antaño por la Santa Inquisición. A pesar de darme a conocer como Javier ellos siempre me llamaban Hereje. Aunque admito que yo de religión entiendo poco. A bueno, y otro cura nos empezó a disparar mientras hablaba en Latín, pero por suerte tenía poca puntería. Finalmente opte que en vez de una ceremonia haría un convite donde nosotros seriamos los anfitriones. Ahora tocaba la ropa y el catering.

Como sería algo informal, opte por el rojo para ella y el azul marino para mí. Nos hicieron un buen regalo la verdad, pues cuando fuimos a la tienda la mujer empezó a chillar diciéndonos “Coger lo que queráis e iros, pero aléjala, no quiero que me coma”. Yo intente explicarle pero la dependienta no atendía a razones. Fue amable después de todo, pues elegimos el vestido y nos fuimos rápido. Salimos, subimos al coche y cuando volvíamos para casa nos cruzamos con el ejército que iba a toda velocidad. Desde luego parece que los disturbios no han cesado después de tanto tiempo. En fin, cosas que pasan. Pero bueno, antes de ir a casa paramos en un catering de lujo y contrate lo mejor de todo. No iba a escatimar en gastos. Los días pasaban y finalmente todo quedo preparado. Los invitados llegaron y todo estaba dispuesto. Que nervios tenía.

De entrantes pusieron un picapica de exquisiteces mundiales: Caviar, mariscos, quesos y embutidos selectos y cosas más exóticas, delicias que desconocía su nombre; regando nuestros paladares con vinos de una cosecha de antes de nacer yo. Durante el aperitivo Jessica no comió demasiado, excepto los canapés de Carpacho que compartía con mi abuela; aunque acabe diciéndole que no dejara las tostaditas vacías. Luego entramos en la carpa que montaron en el jardín de mi casa y nos sirvieron el primero: Langosta Termidor, oxease, langosta con champiñones y trufa. Luego el plato estrella: Wagyu al estilo japonés, una sabrosa ternera asiática en salsa. Y para terminar, antes de la tarta, un Golden Sundae: bolitas de helado con láminas de oro comestible y selecto chocolate picado. En pocas palabras, un menú sublime. Jessica también disfruto de la comida a su manera. Pasó del Carpacho a la ternera Wagyu cruda, igual que mi abuela. La tarta artesana estaba deliciosa y los licores de gran reserva empezaron a llenar los pesados vasos de cristal. Puros, recuerdo y fotografías enmarcadas de nosotros. Recogimos algún que otro regalo, pero nada especial. Conversamos hasta que el sol se puso y entré a los invitados en casa mientras el catering recogía. Acabaron llevándose el camión y solo quedo el maître. Me disculpe con el reclamándole un poco de tiempo, pues estaba despidiéndome de los invitados. Una vez todos estaban fuera, cogí a Jessica de la mano y fui a hablar con él, que esperaba en su lujoso coche.

Yo tenía mi talonario en la mano esperando el precio de todo. Así por encima calcule unos 50€ por barba, así que pensé en darles hasta propina. El maître me hizo números y me dijo una cantidad astronómica. Mi primera y lógica reacción fue dar dos pasos hacia atrás, mirar a Jessica y decirle “Cómetelo”. Con las cuentas saldadas entramos en casa y nos dimos una ducha rápida. Jessica llevaba dos días sin bozal y estaba tranquilísima, es estupendo estar casado por fin con ella. Caímos rendidos en la cama, aunque quizás no tanto como yo me pensaba.

Nos acostamos en la cama y le bese los labios con dulzura. Ella, por primera vez, me devolvió el beso por iniciativa propia. Sorprendido nos estuvimos dando besitos y jugando con nuestros mofletes, cuello y lóbulos. Arriesgando mi vida, le di un ligero beso con lengua y le gustó. Nuestras lenguas volvieron a rozarse y empezaron a danzar mientras su alimonada saliva se mezclaba con la mía. Empecé a pasar mis yemas por su espalda y sus manos frotaban mis hombros. Nos abrazamos mientras estábamos uno frente al otro, tumbados. Sus manos acariciaban mi espalda y sus pechos fríos presionaban contra mi torso, y se iban endureciendo al ritmo que nuestros besos y lametones eran más intensos. Mis manos pasaron de su espalda a su abdomen, surcando por su cicatriz en dirección a su busto. Tome sus senos entre mis manos, acariciándolos mientras los relamía. Estaba excitadísimo y ella empezó a masturbarme mientras yo le prestaba toda mi atención a sus pechos.

Una de mis manos empezó a descender hasta sus muslos pasando por su cintura y cadera. Mis dedos acariciaban sus labios de arriba abajo, descansando en su clítoris mientras hacían minúsculos círculos sobre él. Ella comenzó a lamer mi cuello, a agarrarme mis labios con los suyos, sin llegar a morderme. La notaba excitada y segura de que no iba a hacerme nada malo. Se lamia sus dedos y me los frotaba por mi pecho y pene. Suavemente la volteé boca arriba, poniendo mi cuerpo sobre el suyo. Introduje mi lengua en su boca amarga, pero a la vez adictiva; luego la deslice por su cuello, escote, abdomen y frene con un sonoro beso en la parte superior de su ingle. Tocaba algo nuevo y hoy era el momento idóneo.

Deslice la punta de mi nariz desde su vagina hasta su clítoris. Un hedor ácido invadió mi olfato y mis ojos se cristalizaron, supongo que por la emoción del momento. Mi lengua rozo con suavidad su clítoris y ella se mostraba risueña. Con eróticos gruñidos, sus manos palpaban sus pechos y su lengua se movía en su boca como la mía en su ingle. Conduje mi lengua hasta sus labios superiores y me los metí en la boca mientras los saboreaba. Su flujo semigelatinoso avinagrado tomo mis papilas gustativas y rápidamente aparte mi boca. Cerré los ojos con fuerza mientras controlaba mis arcadas y con espasmos encogía los hombros. Pero mi deber era complacerla y mientras luchaba contra las náuseas, encontré más afable su sabor. Mi lengua y mis labios jugaron un largo rato con todo su pubis sin dejar ni un centímetro de piel huérfano de amor. Ella empezó a tocarme el pelo mientras sus muslos atrapaban con fuerza mi cabeza. Unos espasmos fueron el preludio de su clímax en mi boca.

Después de eso subí dándole besos hasta su cuello. Arrime mi pene a su vulva y empecé a rozarme con ella. Ella no dejaba de besarme la boca con pasión y yo de acariciar su pelo. Un suave movimiento de cadera introdujo lentamente mi pene dentro de ella, que gemía de placer. A la par que el ritmo aumentaba ella se mostraba más exaltada, así que decidí cambiar de postura. Puse a Jessica a gatas sobre la cama e incline su espalda hasta que su cabeza quedase apoyada sobre la almohada. Mi penetración empezó a ser más rápida y profunda, me notaba cómodo dentro de ella a pesar de un leve escozor y el gélido interior de su vagina. Mi cadera se movía con soltura mientras mis manos masajeaban sus caderas. Uno de mis dedos empezó a masturbar dulcemente su ano mientras ella despedazaba la almohada con sus dientes. No pude aguantar demasiado tiempo y eyacule dentro de ella en el momento en que sus contracciones predecían su clímax. Fue mágico y maravilloso. Jessica se sentó en la cama mirándome contenta mientras apuraba un cigarro. Esa noche comprendí lo fiel que era, quería esperar al matrimonio.

Durante los siguientes días, nuestra vida cambio más bien poco. Lamento el no poder ir de luna de miel con ella, ciertamente nunca he llegado a comprender porque ninguna agencia de viaje nos quiso asesorar. Entonces pase a planificar el siguiente paso en nuestra relación, los niños. Y a día de hoy continuo con la duda de que si soy estéril o no, pues hacíamos el amor diariamente un par de veces. Y probar, probamos de todo aunque siempre acabáramos de la misma manera. Las almohadas y los test de embarazo entraban a casa por cajas, pero duraban poco. Ella cuando se excitaba descuartizaba las almohadas y los test de embarazo siempre mostraban un color purpura brillante, color que no salía en el prospecto. Pero esta mañana, cometí un grave error.

Después de los besos y caricias, yo me dirigía a practicarle el cunnilingus que a ella tanto le gusta. Ella estaba muy activa y acabo empujándome sobre la cama. Acariciaba mi pene y le empezó a dar besos. Me comencé a poner nervioso porque lo único que no habíamos hecho era una felación.
Empezó a meterse mi pene dulcemente en la boca, succionándolo mientras su lengua lo palpaba. También acariciaba mis testículos con soltura. Tenía un don. Yo tuve la maravillosa idea de compartir ese momento y le propuse un 69. Ella me miraba seria, con un gesto de inocencia. Una vez en la postura ella continúo su magnífica tarea mientras yo estimulaba su sexo. Con las manos libres y la excitación comencé a estimular su ano con suavidad y ella lubricaba muchísimo. Ambos al borde del clímax ella aumento la velocidad a ritmos vertiginosos mientras yo le masturbaba con un dildo anal. Sin percatarme de nada, ella empezó a lanzarme ligeros mordiscos sobre mi glande y la sangre activo sus instintos devorándome el pene por la excitación. Yo chille y ella asustada se levantó de la cama. “¿Por qué?”, lamente entre lágrimas y sudores fríos.

Y aquí estoy ahora. En un hospital con la boca amordazada escribiendo mis últimas voluntades. La herida esta suturada pero no me queda mucho tiempo. No hay cura, al menos por ahora. Yo solo pido que Jessica cuide de mí. Solo pido que me dejen libre en mi granja donde por fin he sido feliz. El mensaje que quiero dar al mundo no es que no os relacionéis sentimentalmente con un zombi o que os dejéis hacer una felación por ellos. Si no que no sobrexcites a quien tiene tu pene en la boca.



Primer Relato Impreso en “Escalabrosos relatos de poco miedo” de una Editorial Amateur con tirada de 50 ejemplares.

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