En un antiguo reino un soberano combatía el mal con las palabras. Razonable como pocos luchaba por sus ideales con un ejército de trovadores. Conquisto lo que quiso y fue feliz. Pero un día, en el campo de batalla y con su tozuda fidelidad a su propio ser, se negó a empuñar espada alguna. Su escuadrón venció, pero nadie se dio cuenta que su monarca fue alcanzado por una flecha. Callo al suelo y de sus ojos broto una única lagrima que apaciguo la sed de una hermosa rosa de único color. De ella broto un nuevo capullo y de allí naciste tú.
El rey se recuperó y ordeno custodiar esa rosa con todos los medios posibles; pero llego el impasible invierno y esta se marchito, para lamento el rey y la nueva princesa. Los miles de pétalos volaron por la fría brisa y se suspendieron sobre la nieve escribiendo vistosamente “Aguanta el frió y brota en verano, exhibiendo tu encanto con una sonrisa. Con mi belleza y la fuerza de tu padre llegaras lejos. No te rindas jamás”
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