domingo, 2 de mayo de 2010

Tormenta libidinosa

La oscuridad reinaba en aquella pequeña y fría alcoba. La respiración alterada por la compañía y la falta de aire bajo la manta era, junto a la suya, el único sonido que rompía el silencio. Nuestros helados cuerpos buscaban alguna fuente de calor y abría los brazos para darte cobijo. Fue tan natural el contacto con tu cuerpo, que ambos se entrelazaron con el máximo contacto posible. Acorrucados sobrevivíamos la tempestad, que empezaba a romper el silencio con un repentino diluvio.

Recuerdo que mis manos congeladas buscaban cobijo debajo de tu pijama y mi apenas calido aliento te conmovía. Entonces empezó a ocurrir todo tan dulce como placenteramente; cuando mis dedos cobraron vida y buscaban eso que tanto aprecio de ti. Y no son los pechos, mentes perturbadas, sino su corazón. Pero he de admitir que allí era imposible de acceder excepto con palabras; e irónicamente mis manos fueron a parar a tus senos. Suave gemido y temperatura en aumento, seguido de un largo beso. Fundiendo los labios y derrotando a Morfeo, respirando el uno para el otro. El amor fue mutando a pasión, a locura… y yo me deshacía por tus huesos.

Las prendas poco a poco sobraban y el vaho cubría la ventana. Rico sabor el de tu cuerpo, dulce el de tus besos. En pleno frenesís descubrí tres cosas, y es que mis caricias eran cada vez mas amplias y bajas; de los senos ahora conquistados por mi boca, mis dedos perdidos por todo tu torso buscaban alocados hogar y se deslizaban hasta el fruto del pecado, mientras se peleaban con tus restantes prendas. Pero llegaron a meta a tal velocidad y el descubrimiento fue el siguiente. Yo quería dormir contigo y tú, aparte de no dormir sola, querías algo más de mí.

Los juegos rompían la barrera de la media noche, a cual mas intenso. Y las feromonas conquistaban el cuarto. Hasta que paso, la fusión en un único cuerpo hiperactivo. Tu boca con la mía y tu placer por el mió. Limbo sexual que con el paso del tiempo ascendió hasta la cumbre, y nos dio la paz. Arropados, exhaustos y abrazados; nos dejamos conquistar por el sueño.

No recuerdo si aun llovía, ni de truenos, ni la hora… como tampoco recuerdo hasta cuando dormimos, pero soy conciente que tras el desayuno y una ducha que tú me invadiste y volvimos a perder el norte esperando otro anochecer más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario